La luz del sol entraba por la ventana, marcando aún más el
sanguinoliento color de sus sábanas. Suspiró tras dar la primera calada a
su cigarro y se dejó caer hacia atrás. Hacía tiempo que se había
cansado de discutir, así que optó por hacer lo de siempre: encerrarse en
su habitación a tocar la guitarra. Nadie estaba a favor de la vida que
había elegido, pero eso le daba igual. Sabía perfectamente que era
especial y que algún día tendría el mundo a sus pies. Apagó la colilla
en el suelo, como ya era su costumbre, y, mientras miraba el contraste
de la negra madera de su guitarra sobre las sábanas rojas, volvió a
tener aquel sueño que no podía apartar de su cabeza.
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