viernes, 11 de marzo de 2011

Historias lejanas.

Hace mucho, muchísimos tiempo, coincidiendo con el inicio de un nuevo ciclo de vida para una de las almas que con él habitaban, Brahma decidió concederle un deseo. 'Píde lo que quieras', le dijo. 'Quiero ser la mujer más bella de la tierra. Quiero que se arrodillen ante mi príncipes de tierras lejanas y los hombres más poderosos me brinden regalos', le contestó esta. 'Te lo concederé, pero a cambio estarás ciega, completamente ciega. Sólo podrás tener visión si algún día eres capaz de amar de verdad a alguien que no seas tú misma'. Y así, habiendo sellado el trato, envió al alma a la tierra.

Poco a poco fue creciendo una mujercita que llamaba la atención de todas las personas que se cruzaban con ella debido a su extraordinaria belleza. Hombres de todas partes de la tierra deseaban poseerla y la colmaban de atenciones de todo tipo, pero ella simplemente se dedicaba a jugar con todos ellos, incluso algunos se quitaron la vida por no poder llevar el peso de un corazón roto.
Ella, absolutamente ciega de vanidad, no quería atender a nadie que no considerase que estaba a su nivel.

Un día, paseando sola por su jardín, se acostó un ratito a descansar y se quedó dormida. Soñó que podía ver toda la belleza que la rodeaba y que era completamente feliz. Una voz susurraba su nombre desde algún rincón. La buscaba por todas partes, pero no era capaz de encontrarla, hasta que abrió los ojos y... oh, vaya, debía seguir soñando, porque ante ella aparecieron los ojos más grandes y bellos del mundo y la más perfecta de las sonrisas.
- Siento despertarte, empieza a anochecer - dijo él.
Ella parpadeó varias veces, sin creerse que realmente estuviera viendo... y que tuviera delante a un ser aun más perfecto de lo que incluso se imaginaba que sería ella misma. Al ver que no contestaba, él insistió:
- ¿Estás bien?
- Sí... creo. Es que... puedo verte.
- ¿Y por qué no ibas a poder verme?
- Soy ciega, ¿sabes? Ciega de nacimiento.
- Eso no es cierto. Simplemente nunca has sabido ver más allá de lo que tienes delante. Llevas toda tu vida cegada por tu propio ego.
- ¿Quién eres tú para saber todo eso?
- Soy el cuidador de este jardín, he estado aquí siempre.
- ¿Y por qué no te conozco?
- Porque has ordenado que, cada vez que sales a pasear por aquí, nos ocultemos todos los sirvientes para que no corras el riesgo de tropezar con uno de nosotros y tener que tocarnos.

Del rostro de ella comenzaron a salir lágrimas, dándose cuenta de lo mal que se había comportado con todos. Él, compadecido, la abrazó.
- Por favor, necesito que me ayudes - dijo ella.
- ¿Ayudarte? ¿A qué?
- A compensar todo el daño que he hecho. Quédate a mi lado, por favor, y no dejes que el orgullo y la vanidad vuelvan a cegarme.
Él le puso un dedo sobre los labios, indicándole que guardase silencio.
- Yo me encargaré de cuidarte, siempre he sabido que algún día cambiarías, por eso he seguido trabajando para ti.
Mientras decía eso, le acariciaba el pelo y las mejillas. Acto seguido, la besó, en un beso tan infinito como el universo.

Juntos empezaron a construír un mundo nuevo a su alrededor, un mundo que desprendía felicidad a todas las personas de su entorno, que pronto perdonaron y olvidaron los años pasados en los que todo era triste y oscuro. Y ella nunca más dejó de ver, porque ahora, además de sus ojos, podía ver a través de los de él.


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