. Eran más de las 2 de la madrugada. Ya deberían haber cerrado hacía
una hora, pero el salón aun estaba atestado de clientes alargando
excesivamente la sobremesa con grandes copas de ron. El caballero del
sombrero de copa ya llevaba un buen rato soltando groserías que ella
tenía que aguantar estoicamente si quería conservar su trabajo.
.Su
trabajo... ojalá tuviera fuerzas de plantar cara al mundo y vivir su
vida. Su padre, un orgulloso médico retirado, la obligaba prácticamente a
prostituírse en aquel bar de dudosa reputación, además de encargarle la
limpieza de toda la casa y de mantener todos sus caprichos con su
pequeño sueldo de camarera, el cual iba íntegro para su progenitor. El
único beneficio que ella obtenía era una pequeña ración de comida fría y
un camastro en el desván.
.Los minutos seguían pasando y pocas
mesas quedaban vacías. En su cabeza empezó a formarse una idea, que
primero quiso rechazar por considerarla absurda, pero inconscientemente
no pudo evitar darle forma, hasta que se convirtió en algo tan real como
aquellas personas que charlaban y reían, ajenas a lo que estaba a punto
de suceder.
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